Acompañar no es empujar
No es señalar el camino ni decirle al otro por dónde debe ir
Acompañar es confiar.
Es confiar en los ritmos del otro, en su capacidad de sanar, en su propia sabiduría interna
No se trata de tener respuestas, sino de sostener con presencia un espacio suficiente y seguro donde las respuestas propias puedan emerger.
Esto requiere humildad.
La humildad de no querer ser protagonista en un camino que no nos pertenece.
De reconocer que acompañar no es intervenir desde el ego, sino estar disponibles desde la escucha y la apertura.
También requiere respeto.
Respeto por los silencios, por las pausas, por esos momentos donde la palabra no llega pero el alma sí.
No hemos venido a cambiar al otro ni a rescatarlo, sino a acompañarlo en su propio proceso con integridad y cuidado.
Como terapeutas nuestra labor no es salvar a nadie.
Nuestra tarea es ofrecer tierra fértil, agua y luz.
El acompañamiento terapéutico exige formación, herramientas clínicas y una profunda responsabilidad ética.
No basta con la buena intención, es necesario sostener desde el conocimiento, la presencia y el respeto profundo por quien tenemos delante.
La semilla del cambio ya habita en cada persona.
Solo necesita un entorno que le permita germinar.
Un espacio donde pueda sentirse segura, vista y escuchada sin juicio ni presión.
Cuando el acompañamiento se hace desde el alma no hay prisa, no hay exigencia.
Solo hay presencia.
Una presencia viva, silenciosa, disponible.
Una presencia que transmite con su sola existencia estoy aquí contigo.
Aunque no tenga todas las respuestas, confío en tu tiempo, en tu proceso y en tu capacidad de florecer.