En tiempos de tanto ruido el cuerpo resiste.
Vivimos inmersos en una sobreestimulación constante, entre pantallas, pensamientos, exigencias y responsabilidades. Todo sucede rápido y al mismo tiempo, y muchas veces ni siquiera nos damos cuenta de cómo nos afecta.
En medio de ese ruido externo e interno el cuerpo permanece, en silencio pero no ausente.
Está ahí, sosteniéndonos, acompañándonos, recordándonos que estamos vivos.
Sin embargo, ¿cuántas veces al día te detienes a preguntarle a tu cuerpo cómo está?
La mayoría de las personas solo lo notan cuando duele, cuando se enferma o cuando deja de funcionar como esperaban.
El cuerpo no miente. Guarda la historia y la transforma.
Desde mi experiencia como terapeuta y doula he aprendido que el cuerpo es un archivo viviente. En él habitan memorias, emociones no expresadas, heridas que aún laten, intuiciones que fueron ignoradas. Pero también es un canal sagrado de sanación, de placer, de sabiduría profunda.
El cuerpo sabe parir, sabe sostener, sabe cuándo abrirse y cuándo cerrarse.
Es un lenguaje que no siempre necesita palabras, pero sí escucha, atención y cuidado.
Acompañar a otras personas en sus procesos me ha mostrado que no solo nacemos a la vida una vez. También renacemos cuando una mujer se reconcilia con su ciclo, cuando alguien atraviesa un duelo y se permite sentir, cuando una persona decide volver al cuerpo después de años de desconexión o miedo.
Volver a esa sabiduría es posible.
El cuerpo siempre ofrece caminos de regreso. A veces basta una pausa, una respiración consciente, un gesto de ternura hacia una parte que duele o que ha sido olvidada.
Algunas formas sencillas de comenzar ese retorno son estas:
- Respetar tus ritmos, porque no estás hecha para la velocidad del sistema.
- Escuchar tus pausas internas y no forzarte a seguir cuando todo en ti pide detenerse.
- Observar sin juicio, entendiendo que una molestia es una invitación a mirar, no un error a corregir.
- Crear pequeños rituales corporales, como caminar descalza, untarte un aceite con intención o estirarte antes de dormir.
- Y sobre todo, permitirte sentir, recordando que el cuerpo también es emocional y a veces no necesitas entender, solo dejar que se exprese.
Acompañar ese regreso es parte de mi labor como doula, no solo en partos físicos, sino también en esos momentos sutiles donde el alma quiere nacer en una nueva forma. Sostener el cuerpo como territorio sagrado del alma, en sus transformaciones, sus memorias y su capacidad de sanar.
Hoy te invito a hacer una pausa, a llevar tu atención a tu cuerpo y preguntarte:
- ¿Qué parte de mí necesita ser escuchada?
- ¿Puedo hacerle un lugar, aunque sea por unos minutos?
Quizá ahí, en ese instante de conexión, empiece tu propio camino de regreso.