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Estamos viviendo una época donde la espiritualidad está en todos lados. Las personas meditan, leen sus cartas, prenden sahumerios, repiten mantras, hacen retiros de sanación, alinean chakras y hablan de energía como si fuera una segunda lengua. Se respira una aparente conexión. Pero en este despertar global también hay ruido, contradicciones y heridas no sanadas que gritan desde el silencio.

Vivimos en una era en la que las formas de relacionarnos han cambiado radicalmente. Las aplicaciones de citas, los vínculos líquidos, el auge del trabajo terapéutico y la búsqueda de autonomía han transformado no solo la manera en que nos encontramos, sino también cómo nos vinculamos y cómo nos separamos.

En los últimos años, las constelaciones familiares han ganado un lugar visible dentro del ámbito del desarrollo personal y emocional. Su impacto simbólico, emocional y revelador ha llevado a muchas personas a acercarse a esta práctica buscando respuestas profundas.

En tiempos de tanto ruido el cuerpo resiste Vivimos inmersos en una sobreestimulación constante pantallas, pensamientos, exigencias, responsabilidades.

No es empujar. No es decirle al otro por dónde ir. Acompañar es confiar. Confiar en los ritmos del otro, en su capacidad de sanar, en su propia sabiduría interna.